2007-10-23

telitas

¡he vuelto! Perdonad que el primer post vaya en castellano solo y sea un poco largo; es un artículo de opinión que escribí el 13 de octubre en el semanal cultural Mugalari que sale con el periódico Gara. Volveré a la política bilingüe en el próximo post. Espero vuestra opinión.

TELITAS

Nadie dijo que ser mujer en el mundo (del arte) fuera fácil. Tal vez nadie lo dijo porque era obvio que no lo era, o tal vez todo lo contrario: porque es mejor no decir esas cosas. Por una razón o por otra, hay varios hechos que se pasan por alto, y uno que llama especialmente la atención es la separación en base al género entre algunos materiales artísticos, y la subsiguiente aura de inferioridad que emana de ella.

Pongamos el ejemplo de Goldsmiths College, una de las escuelas de arte más prestigiosas del mundo. Esta facultad es conocida por desarrollar un discurso crítico artístico en torno a los temas más candentes de la actualidad. No obstante, resulta extraño observar que este curso académico 2007-2008 será el primero en el que la sección de postgraduado de Bellas Artes no esté dividida en dos partes. Hasta hace literalmente tres días, existía un Master de Bellas Artes que englobaba todas las especialidades (performance, instalación, nuevas tecnologías, pintura, vídeo…) excepto una: Textiles, que se consideraba un Master independiente.

Para evitar confusiones, cabe especificar que el Master en Textiles no se trataba de diseño de tejidos o de moda. Simplemente, las obras que se desarrollaban en esta especialidad tenían la característica de realizarse con tejidos.Por supuesto, si preguntamos en el colegio, nos dirán que el discurso feminista es cosa de los ochenta, tirando a moderno en estos tiempos post, y que está completamente superado; que es más provechoso concentrarse en otras cuestiones realmente importantes..

Con esto no pretendo decir que Goldsmiths sea conservadora y reaccionaria en comparación con otras escuelas; simplemente, que siempre ha habido clases, y que es difícil recordar cuál es el último trabajo textil que vimos en una exposición de arte contemporáneo. Las “telitas” son “cosas de mujeres” que, después del apogeo feminista de los 70 y los 80, han caído en el olvido y el menoscabo. Más concretamente, son cosas de mujeres en su casa, para pasar el rato, en plan hobby. El arte es otra cosa.

Ser mujer y trabajar con materiales textiles es, por lo tanto, muy arriesgado. Hay varias opciones. La primera es que te consideren una radical feminista desde el primer momento en que tocas la aguja; curiosamente, nadie consideró a Chillida un radical machista por empeñarse en dominar los metales, al más puro estilo de la edad de hierro, si lo observamos desde un punto de vista estrictamente matérico. Y es cierto que cada material tiene una significación propia, pero parece que ninguno tanta como los textiles en manos de una mujer.

La segunda opción es que consideren tu trabajo “femenino” y “agradable”, con todo lo que estos dos adjetivos, y sobre todo el primero, comportan. Esto le ocurrió, por ejemplo, a la artista lusa Joana Vasconcelos, hasta que decidió crear una lámpara de tampones, que sí implicaba elementos claramente femeninos, pero desde luego no tan claramente agradables. No obstante, se siguió hablando de un toque sutil y delicado que siempre me costó ver, a pesar de –o tal vez precisamente por- apreciar el trabajo de la artista.

Por último, existe la opción del toque étnico. La justificación perfecta para la utilización de técnicas textiles reside en proceder de una cultura no europea. Así, en Documenta, Xiaoyuan Hu, presentó una instalación de bordados de gran belleza plástica y sencillez esquemática. Esto es aceptable, puesto que seguramente está reinterpretando su cultura y sus orígenes, y nos es sencillo comprenderlo así. En cambio, jugando con hipótesis, si una artista danesa llevara a cabo un análisis de deconstrucción matérica y formal en un tapiz de tela, a muchos les parecería absurdo y puramente “artesanal”.

Pero lo que resulta más asombroso en este debate es que todos los significados aplicados a los textiles en manos de mujer desaparecen cuando son los hombres quienes los utilizan. Es el caso de Yinka Shonibare, el más conocido ex alumno del Master de Textiles de Goldsmiths (escandalosamente, puesto que la inmensa mayoría de estudiantes son mujeres, de las que no sabemos nada). O de Sergej Jensen, a quien la galería White Cube de Londres ha dedicado este año una exposición individual. La obra de Jensen se define técnicamente como patchwork, y su contenido no es más interesante que el del trabajo de muchas mujeres ignoradas por el mundo del arte y consideradas meras artesanas. Es incomprensible cómo estas consideraciones –y desconsideraciones- pasan desapercibidas en un mundo del arte supuestamente abierto a todo tipo de intercambios, interferencias e interrelaciones.